Tema 15 de Abril

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sábado, 1 de mayo de 2010

Treinta años de infancia



Treinta años de infancia
Jorge Uribe
@JorgeUribeMaza
 


Mi último día, mis últimos minutos antes de dejar los veinte atrás. Hay quienes dicen que es una edad interesante. No sé bien qué haga las edades más o menos interesantes. Es claro que hay un efecto psicológico el hecho de que la cifra ya no empiece con un dos sino con un tres. Algo por ahí habla de la mitad de la vida, por lo menos de la vida activa. Madurez, responsabilidad, estabilidad, independencia, sentar cabeza, claridad de proyectos. No siento haber entrado en una etapa estable donde el futuro ya esté de cierta forma ganado. Hay fuerzas internas que no aceptan fácilmente el abandono de ciertos aspectos de la personalidad que están fuertemente ligados con emociones primarias innatas u obtenidas en una primera infancia. De cierta forma, es una cuestión de aprender a manejar a un niño interno que hace lo posible por no perder lo que cree que es el control de las diferentes circunstancias a las que se enfrenta, aún cuando dicho niño reconoce que poco a poco ha sido depasado por los eventos para ir siendo remplazado por ciertas normas de conducta y de pensamiento adquiridas a través de la experiencia. Ahora sólo quedan unos segundos de mis 29 años antes de empezar mi cuarta década de vida, y simbólicamente empezará conmigo escribiendo y no leyendo. Decidí que habrá más equilibrio entre la parte de mi que entiende y la que explica. Ya tengo treinta años de edad y algo en mi me exige compartir ideas, teorías, intuiciones y una forma particular de expresarlas.


La señal

Nunca había sido de los que caminaban: lo suyo era volar. El aire que entra por los poro de su piel mientras mantiene su cabeza lo más firme posible para conservar la dirección. Los brazos extendidos, o simplemente detrás de la espalda; en este último caso, el cuello va más tenso, sobre todo al momento de girar. Sabía que en cuanto recibiera la señal esas serían sus únicas preocupaciones. ¿Qué tan alto tengo que ir para dejar de ver ese pueblo instalado en medio de las montañas? ¿Cómo hacer para volar lentamente de espalda a la tierra y con los ojos cerrados sin perder ni la estabilidad ni la dirección? Mientras tanto esperaba. Esperaba haciendo caras a los que caminaban por las calles y sentía un pequeño triunfo cuando alguno respondía con otro gesto. Estaba acostumbrado a las miradas burlonas a su alrededor mientras corría con pasos largos y un lento aletear en los brazos en medio de las grandes avenidas. Procuraba quedar suspendido en el aire el mayor tiempo posible antes de dar el siguiente paso. A veces, mientras esperaba en algún lugar despejado fijando el horizonte, solía fingir lanzar piedras a los pájaros para hacerlos volar a su antojo. La espera es más agradable en lo alto de los edificios; desde ahí se puede saludar a los que se asomaban por las ventanas. Esas eran sólo distracciones; en el fondo, lo único que daba sentido a todo era la espera de una señal. La señal que pondría fin definitivo a la espera. Tenía una idea vaga de cómo sucedería. Transcurrió su niñez y adolescencia sin que recibiera nada parecido a lo que tendría que ser la señal. De cualquier forma, ni un sólo segundo dudó que tarde o temprano la vería ¿O la oiría? ¿Tal vez la olería? ¿Quizás simplemente la soñaría? Posiblemente la soñaría, así como soñaba con playas blancas llenas de dunas; con mares profundos con ballenas gigantes paseando en grupos; con montañas llenas de cicatrices más viejas que cualquier especie viviente de este planeta, y que se encadenaban unas con otras por varios miles de kilómetros; con islas que parecían sonreírte en medio del océano; con cráteres en violenta erupción, como si quisieran decir algo muy serio; con nubes tan heladas como la mirada de algunas personas. Esa tarde de espera, mientras fingía arrojar una roca sobre una paloma que caminaba a pequeños pasos como si reflexionara sobre su porvenir, ésta, en lugar de alejarse sorprendida, voló para titubear unos instantes sobre su cabeza antes de posarse delicadamente sobre la mano que había arrojado la piedra imaginaria. Buscó en sus ojos, en su mente, en sus pulmones, incluso en su estómago, pero no encontró la menor sensación de duda. Al fin estaba ahí. Con las pequeñas garras de la paloma sujetando, y sujetada, alrededor de su pulgar, y con toda la felicidad del mundo en el corazón, corrió hasta el edificio más alto que conocía, y subió brincando los escalones de cuatro en cuatro hasta llegar a la azotea. Una vez en lo alto empezó a reír. Las carcajadas atrajeron la atención de la gente que deambulaba decenas de metros bajo sus pies. Y la gente se detuvo en las banquetas, la gente detuvo sus coches, los de las ventanas dejaron sus escritorios. Sus carcajadas rompían un total silencio que se había creado al mismo tiempo que el sol se escondía detrás de la última montaña que marcaba el límite de la ciudad. Adiós sol, es mi turno de brillar. Supo que era el momento y, seguido con precisión por cientos de miradas confundidas, saltó. La paloma inmediatamente aleteó en la misma dirección. Ahí estaba él, y el aire, y el edificio detrás donde sus pies habían estado pegados hasta un instante atrás. Ya no los necesitaba, ni los pies ni el edificio. Era hora de empezar a olvidar la fuerza de gravedad que lo había mantenido prisionero del suelo por tantos años. Los rostros, pequeños, muy abajo, lo contemplaban con las boca y los ojos más abiertos de lo que pudieran recordar haberlos tenido alguna otra vez. Podía oler la envidia de casi todos. Estaba tan contento que sintió su cuerpo diminuto para contener sensaciones de tal magnitud. Miro la paloma que, desde un segundo atrás, y para siempre, volaría junto con él. Cerró los ojos mientras repasaba las imágenes de sus sueños que ahora serían realidad. Su nuevo hogar las nubes, las alturas. Era tal su felicidad que no pudo darse cuenta del momento en que su cuerpo se hizo pedazos sobre el concreto. Cuentan que su cara conservó una tal expresión de calma y satisfacción que provocó un incómodo y extraño deseo entre todos los testigos.

Te sentirás perdido
Te sentirás perdido por largos momentos. Siempre supiste que así tenía que ser, aunque en ocasiones lucharas por pintarte una realidad distinta, donde la conexión con el mundo real fuera sólida y coherente. La coherencia nunca fue ni será parte de tus virtudes. La contradicción, en cambio, te acompañará desde tus primeros recuerdos. Serás parte sin darte cuenta; te alejarás cuando creas acercarte. Lo que parece un poco de claridad es tu entrada a la etapa más oscura que hubieras podido imaginar. ¿Dónde quedó la gente que es como tu, si es que eras o te ibas volviendo alguien normal? ¿Qué no lo único que hacías era cumplir con tu deber como ciudadano responsable, como individuo determinado a realizarse dentro del contexto que dignamente habías acabado de aceptar como estimulante? De pronto la lógica se perderá, no sabrás si de golpe o poco a poco. Un día ya no podrás atar los cabos de esa historia que te habías contado, que estabas listo para contar una vez anciano. Tus ojos se volverán tristes y tu voz comenzará a parecerte cada vez más hueca. Algo falso entró y se filtrará en casi todas las historias que cuentas, en casi todas las representaciones teatrales que te esmeras en afinar desde que abres los ojos hasta que se cierran sólos. Desearás correr y gritar con todas tus fuerzas y te sentirás cobarde por no encontrar ningún momento para hacerlo. Entonces buscaste desesperadamente distraerte. Cada intento por escapar de tu conciencia trajo un alivio más corto que el anterior. La desesperación circulará por tus venas para hacerse sentir en cada parte de tu cuerpo. Buscarás por todos lados aquello que salió mal. ¿En qué momento perdiste de vista el camino? ¿De quién es la culpa? El silencio de tu soledad te hará ver que no conocerás la respuesta. Te preguntaste por cuanto tiempo más podrías seguir caminando sin rumbo. Entonces voltearás a tu alrededor, y te verás. Te verás por todos lados. Ahí estabas, hecho anciano, hecho mujer, hecho niño. Sentado hambriento en la calle esperando una moneda. Convenciendo a un cliente que hacia una buena elección. A la entrada de una escuela con una pesada mochila en la espalda aburriéndote antes del inicio de la primera clase. Sintiendo como se mueve tu primer hijo en tu vientre. Esperando con calma la muerte que te liberaría de los dolores que se acumularon con los años. En ese momento, estar perdido comenzará a parecerte divertido. ¿Quién está más perdido? ¡Echen sus apuestas! Tu perdidez finalmente parecerá llevarte a algún lado. Tu confusión empezó a merecer un poco de respeto; era algo tan tuyo que perdiste las ganas de compartirla. Más distracciones entran y salen de tu cabeza y de tu cuerpo. Te encargaste de que invadieran cada momento de tu vida, hasta el punto de adueñarse de cada segundo de tu día. Sonreirás mientras una lágrima titubea en recorrer tu mejilla

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